"Debajo de la piel curtida de un corredor hay siempre una persona con sus emociones y sus sentimientos" Entrevista Raúl G. Castán

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Raúl García Castán, el corredor de montaña más laureado de España y uno de los referentes de esta disciplina en este país, nos sorprende ahora con la publicación de su primer libro “Con los pies en la sierra: Diario de un corredor de montaña”, un viaje intimo, apasionado y reflexivo que a buen seguro se convertirá en imprescindible para todos aquellos amantes del deporte, la montaña y la buena literatura.

“Con los pies en la sierra”, del que Kilian Jornet ha dicho que es “un elogio a la montaña, al ser humano y al amor por correr”, es un libro diferente escrito desde las emociones y las experiencias de un corredor de montaña. “Con los pies en la sierra” no es solo el libro de un gran deportista, sino de un escritor novel amante del deporte, la música y la literatura. Charlamos con su autor en una interesante entrevista en la que nos habla de la gestación de su nuevo libro y nos expone todas sus inquietudes como escritor.

 

Tengo entendido que no fuiste buen estudiante. ¿De dónde viene tu pasión por la literatura? ¿Desde cuándo comenzaste a interesarte por los libros?

Efectivamente fui un pésimo estudiante. Se da la paradoja de que desde que tengo uso de razón, me recuerdo con un libro entre las manos, pero desgraciadamente para mi expediente académico nunca era un libro de texto. Recuerdo que en clase de matemáticas (siento un odio marcado y casi irracional hacia las matemáticas), en clase de ciencias y en general en todas aquellas asignaturas que no tienen que ver con las letras, me solía colocar, entre las hojas del libro abierto, un tebeo, una novela o cualquier otro libro que suscitara mi interés y así me pasaba las clases enteras. El maestro debía pensar, al principio, que yo era un alumno de lo más aplicado, toda la clase sin levantar los ojos del libro. Excepto cuando llegaba el día del examen, claro. Más de una vez me descubrieron, evidentemente, y no me fue demasiado bien, que digamos.

Por mi carácter un tanto fantaseador  y divagatorio siempre me ha costado muchísimo mantener la atención en aquellas cosas que no me interesan. Pongo la vida en aquello que me importa, aunque sea por algo superficial, y dejo de lado cosas que a veces son casi vitales, por el simple hecho de que no me interesan. Es un defecto como otro cualquiera, supongo.

Mi gusto temprano por la literatura creo que tiene algo de innato. En mi familia hay dos aspectos muy marcados genéticamente; por un lado está mi familia paterna, donde son todos, mis tíos, mi padre, mi abuela, gente muy aguerrida, muy hecha al trabajo duro, manual, gente muy fibrosa, muy ascética (ahora ya no tanto, claro, porque no existe la necesidad), pero por otro lado está mi familia materna, en la que siempre ha preponderado una línea ilustrada, aun con las limitaciones que la época imponía en cuanto a educación. Gente que, sin recibir una formación adecuada, debido a las penurias y a las nulas posibilidades de la gente humilde de acceder a la cultura en épocas pasadas, siempre han tenido un marcado ramalazo “intelectual”. Mi abuelo siempre estaba con un libro entre las manos. En el García llevo la pasión por la guerra, la lucha, la competitividad y en el Castán llevo el amor por las letras.

En mi casa, en cualquier caso, no es que nadie me inclinara en absoluto a la lectura. Mi padre no sentía esa llamada, como queda dicho, y mi madre bastante tenía con atendernos a todos y llevar la casa, pero a mí me fascinaba el mensaje oculto que encerraban aquellos “ladrillos” -en el buen sentido de la palabra- de papel, colocados en la estantería de mi casa. Siempre sentí una curiosidad innata por descifrar ese mensaje en la botella que es un libro. Quizá también tenga algo que ver en esto mi, ahora ya algo mitigada, pero en aquella época muy marcada, casi enfermiza, timidez. Leer era una forma de comunicarme con la humanidad, con el exterior, sin  tener que sufrir la tortura del contacto directo que supone para un tímido el trato cotidiano con las personas de carne y hueso. También descubrí pronto que el saber cosas que otros no sabían me daba un poder a veces incómodo por lo que tiene de descorazonador, sobre todo cuando eres muy joven, el que te consideren un poco bicho raro, pero cierto y muy práctico en determinadas situaciones. En definitiva los libros fueron –y son- mi única escuela.

Has colaborado como articulista en el periódico el Adelantado de Segovia, así como en varios medios digitales relacionados con el mundo de las carreras de montaña. ¿Fue este el germen de donde surgió la idea de plasmar en palabras tus pensamientos e inquietudes hasta convertirlo en un libro?

Sí. Ser capaz de verter al exterior lo que sentía en mi interior, fue para mí como el descubrimiento del fuego en la historia de mi humanidad íntima. Uno de mis escritores favoritos dice que poeta no es solo aquel que siente la poesía, sino aquel que además de sentirla sabe plasmarla por escrito (más o menos, pues cito de memoria). Yo sentía, percibía la poesía de las cosas (quizá con mayor intensidad de la recomendable para no sufrir demasiado por ello), pero no tenía la seguridad de poder hacer que los demás supieran que yo sabía. Sentir que tienes dentro algo que merece la pena, y no poder compartirlo, tener el alma sensible, pero muda, es cosa que hace sufrir mucho, cuando sientes tan intensamente la belleza de las cosas, porque la belleza compartida es mucho, mucho más bella. Así, cuando descubrí que sí, que sí que podía canalizar esos sentimientos hasta convertirlos, mediante el arduo proceso de la construcción, de la arquitectura  intelectual, en palabras de “carne y hueso”, me sentí muy feliz.

Escribir, lo que es el acto de escribir, como tal, es sencillo, obviamente. Basta con coger un bolígrafo y emborronar unas cuartillas con esos signos complejos y mágicos que llamamos palabras. Lo difícil es que ese resultado te satisfaga, claro, porque yo siempre he sido muy exigente conmigo mismo y a menudo me sorprende que cosas que a mí me parece que, según mi baremo, no son gran cosa, a la gente le parece que están muy bien.

Una vez constatado que sí, que era capaz, que podía escribir, la tendencia natural, la inercia inevitable fue conseguir, algún día, dejar grabado algo tan volandero como son las ideas y las palabras en un soporte más perdurable, más consistente que una página web o que las hojas siempre efímeras de un periódico.

En “Con los pies en la sierra” hablas de tus experiencias como corredor de montaña, una disciplina en la que has cosechado grandes éxitos, y en esencia nos hablas de la vida. ¿Imaginaste alguna vez que todas estas experiencias, unidas a tu amor por la literatura te llevarían a escribir un libro?

Siempre tuve, aun sin saberlo, la intención, el impulso larvado de plasmar mis sentimientos en un soporte físico donde la gente, el mundo, las personas, pudieran recogerlo e interpretarlo, como decía en la pregunta anterior, pero no que eso fuera a tener que ver con las carreras por montaña ni con ninguna otra afición o actividad en concreto. El que el libro hable de carreras por montaña se debe a que esta ha sido la actividad central de mi vida en los últimos años, pero de haber sido basurero,  jugador de ajedrez  o ministro del Aire lo hubiera escrito igual. Lo que no sé es si hubiera podido publicarlo, claro, porque soy consciente de que mi actividad más o menos exitosa como deportista es lo que me ha abierto la puerta a la publicación de este libro, al menos en parte, y no me engaño respecto a que mi público es un público condicionado favorablemente por esa circunstancia. Sin embargo, y aun aprovechando esa tesitura, (cómo no) he querido jugar la baza de que por debajo de la piel curtida de un corredor hay siempre, inevitablemente, una persona con sus emociones y sus sentimientos. No todo es correr, y como digo en algún momento en el libro, para correr hay que vivir.

Para mi hubiera sido fácil escribir –relativamente fácil, porque escribir nunca lo es- un libro técnico, una cosa llena de trucos del almendruco, de secretos “mágicos” para corredores, y hubiera sido mucho más vendible, seguramente, pero yo no quería eso; mi naturaleza es, como queda dicho, divagatoria, soñadora, un tanto caótica; el cuadrante milimétrico y la cifra exacta no son lo mío. A mí lo que me mola es mirar la venta ojival de un castillo en ruinas e imaginar lo bellos que serían los ojos soñadores de la doncella que miró el horizonte, a través de esa misma ventana,  hace siglos. Uno es así de rarito, que le vamos a hacer.

Has comentado alguna vez que correr para ti es una válvula de escape a la tiranía de la rutina, pero en cambio es esa cotidianidad a la que recurres en tus escritos convirtiendo de forma magistral lo rutinario en entretenido y en algunos momentos en extraordinario. ¿Si correr es una válvula de escape, qué supone para ti la escritura?

Probablemente otra manera de escapar de la mediocridad. Lo mismo que correr pero en otro registro. Una manera de vivir escapando de la vida.

Si algo no soporto es la monotonía que inevitablemente tiñe la inmensa mayoría de la existencia; y quizá por haber nacido a destiempo, ahora que ya todo o casi todo está descubierto, en lo geográfico y en lo humano; ahora que ya no hay empresas emocionantes que acometer, ahora que la épica es una cosa reaccionaria y pasada de moda, o quizá porque en el fondo es uno demasiado cobarde, tiene uno que buscar sucedáneos descafeinados, asépticos, en las carreras o en la escritura. Pero ciñéndome más a la pregunta, pienso que la belleza está en todas las cosas, solo hay que saber extraerla, y en cierto modo creo que la principal virtud de un escritor es la sensibilidad. Dice Francisco Umbral que las dos virtudes más importantes de todo buen escritor son tener una buena pupila y una buena muñeca, es decir, saber ver, saber extraer la belleza, saber captar el sentimiento de las cosas y luego saber plasmarlo de manera artística, original, bella.

Para saber escribir es necesario poseer un sexto sentido, el sentido de la sensibilidad, que te permite “ver en lo que es”, que decía Stendhal (aunque no sé si exactamente con esta intención con que yo lo aplico aquí), y no es que yo me considere escritor por haber escrito un libro; recuerdo que una vez escribí en un periódico una frase, que por cierto también reproduzco en el libro, en la que afirmaba, en tono humorístico, que “jamás pensé que hubiera que correr tanto para ser escritor” y hubo uno, que evidentemente no era la persona con el sentido del humor más desarrollado del mundo, que me salió con que si vaya un engreído, que me creía escritor por haber escrito un artículo.

También hay algo, una satisfacción irónica, un sentimiento como de “vendetta” íntima, impersonal, relativa  y con no poco de ternura, en el fondo, contra todos aquellos que a lo largo de mi vida consideraron que todo aquello en lo que yo ponía todas mis ilusiones y mis energías (los libros y discos comprados y el tiempo “perdido” en leerlos y escucharlos, por ejemplo), no tenía ningún valor, que era una pérdida de tiempo.

¿Qué te resulta más difícil, si tal cosa se pudiese equiparar, la exigencia física de un entrenamiento o el proceso creativo de la escritura?

Todo acto o proyecto al que quieras imprimir una cierta excelencia, un cierto grado de calidad, es complejo de realizar, salvo que seas un genio, lo que desde luego no es mi caso ni el del común de los mortales. Al fin y al cabo todo, tanto una actividad tan física como es el entrenamiento, como una tan intelectual como pueda ser el escribir, está controlado por el cerebro. Si no tienes la fuerza mental que obligue a las piernas a moverse cuando están agotadas, cuando por lógica ya no pueden dar un paso más, nunca podrás ser corredor de alto nivel. Dicho esto, y ateniéndome más estrictamente a la pregunta en sí, antes quizá me resultaba más difícil escribir que correr, pero es que en esto, como en todo, también cuentan mucho el oficio y el entrenamiento.

Decía González Ruano, escritor prolífico donde los haya, que la mejor manera de escribir bien era escribiendo todos los días, ejercitar la pluma es el mejor entrenamiento para escribir bien. Ahora ya he cobrado una mayor seguridad en mis posibilidades como escritor (que no lea esto mi amigo el que dije antes) y no sabría decir qué es más complicado, si un entrenamiento duro o un texto complejo. Son sufrimientos distintos, en cualquier caso. El dolor físico es desagradable, claro, pero el intelectual puede llegar a ser agotador, agobiante, muy estresante, cuando algo no te sale como tú quieres.

¿Cómo es ese proceso creativo en tu caso? ¿Te visitan las musas mientras corres?

El proceso creativo varía dependiendo de lo que esté escribiendo. Si no es algo que tengo que publicar inmediatamente, me gusta dejarlo “reposar” y releerlo al día siguiente o en días posteriores, para cobrar una cierta distancia, para ser, o intentar ser, más imparcial, más objetivo, respecto de la calidad del texto. Pero como queda dicho, el mejor entrenamiento para escribir es escribir, aunque a mí me gusta establecer un paralelismo con el deporte, y así, también podría decirse que leer, la lectura, puede ser la preparación, el entrenamiento, y escribir la competición pura y dura. De todos modos, creo que era Picasso el que decía aquello de “si viene la inspiración que me pille trabajando”. Pues eso. Las musas te visitan cuando les da la gana y no pocas veces son inoportunas y una de esas ocasiones en que son inoportunas es corriendo, desde luego.

Si el entrenamiento es muy duro, es raro, porque sueles estar muy concentrado y los pensamientos son más obsesivos, pero si estás haciendo un rodaje largo, o suave, no es  infrecuente que se te ocurra algo que juzgues una buena idea y, como no tienes nada donde apuntarlo, te toque hacer un ejercicio de memorización para retenerlo hasta que llegas a casa. Iñaki Ochoa de Olza, el ilustre alpinista, con el que mantuve una breve aunque intensa amistad, poco antes de que muriera, solía contarme que él, cuando salía a entrenar, llevaba siempre una libretita y un bolígrafo. Yo no soy tan ordenado como para eso, así que me toca hacer lo que he contado, memorizar, más de una vez.

¿Cuáles son los autores que más te han influenciado?

El primer libro que leí entero fue “Los hijos del capitán Grant”, de Julio Verne, y el segundo “Mujercitas” de Louisse May Alcott, que me gustó mucho, aunque con los prejuicios infantiles propios de la época me daba vergüenza decir que lo había leído, por el título. Pero los autores que más me han influido fueron, en la primera juventud, Becquer, al que he seguido releyendo siempre, y cuya personalidad me subyugaba, Edgar Allan Poe, cuyo fascinante universo me marcó para siempre; Pio Baroja, al que leí intensivamente en la adolescencia, y con el que me identificaba en su desencanto por el mundo. Recuerdo que me gasté un pastón comprando sus obras completas, que todavía tengo, en papel biblia, hace la tira de años. Durante una época leí mucho a Lovecraft y otros autores fantásticos y de terror, huyendo de la realidad, que es lo que buscaba él, Lovecraft, cuando escribía. También tenía en aquella época mucha devoción por Lord Byron, aunque más por su figura que por su literatura, que luego te ponías a leer y era un poco coñazo, y otro tanto me pasaba con la mayoría de los Románticos ingleses, alemanes y franceses, de los que admiraba su idiosincrasia más que su arte, excepto quizá Heine, que sí me gustaba mucho. De los clásicos, el que más me ha gustado siempre, con diferencia, es Quevedo, al que nunca he dejado de leer y releer.

Ya en la juventud, hice el que quizá fue el descubrimiento más importante de mi vida en lo literario: Valle Inclán. La simbiosis perfecta entre obra literaria y personaje. Valle es para mí el escritor total. Durante esta época empecé a evolucionar hacia la tendencia que hoy mantengo, la de leer preferentemente a escritores estilísticamente complejos en lengua castellana, como el citado Valle Inclán, Miguel Delibes, Cela, Gómez de la Serna, y algunos “malditos”  como Rafael García Serrano o González  Ruano, personajes con una biografía y una vida polémicas, pero grandísimos escritores, en cualquier caso, y por supuesto mi otro gran modelo y totem: Francisco Umbral, siempre perseguido también por su polémica imagen de pendenciero de las letras, o como el mismo se calificaba, de “terrorista de la literatura”, aunque también combino este tipo de autor “estilista” con otro tipo de creador menos preciosista pero igualmente fascinante, como Perez Reverte, al que admiro mucho, o gente como David Trueba. Todo ello compaginado casi siempre con multitud de libros de Historia y sobre todo de música; de hecho siempre suelo leer dos libros a la vez, uno de literatura “fina” y otro de cultura general, frecuentemente, como decía, de historia o música. En la poesía mis favoritos son Juan Ramón Jiménez, Machado, Alberti, Neruda, Lorca… ahora estoy descubriendo, poco a poco, a la generación del 27. Lo que he leído es muy poca literatura extranjera, salvo algunos de los grandes clásicos universales de la literatura y algún que otro autor moderno, como Nick Hornby.

De entre todas las novelas que has leído si tuvieses que quedarte con una, ¿cual seria y por qué?

Las sonatas, de Valle Inclán. En general los expertos siempre prefieren, de entre la obra de Valle, la época final, cuando se dio literariamente –y en lo personal- a la radicalidad, y creó lo que se llamó el esperpento, tanto en teatro como en prosa. Desde luego todo lo que escribió bajo esa influencia es, en mi opinión de lo mejor de la literatura española de siempre, pero yo prefiero las Sonatas, que pertenecen a la época modernista de V. Inclán, porque en ellas se da la simbiosis perfecta entre un estilo brillantísimo, una acción entretenida y sobre todo, un lirismo fascinante. Recomiendo sobre todo la lectura de la “Sonata de Otoño”. Eso es casi la perfección hecha literatura.

Cruzar la meta en primer lugar debe ser una sensación impresionante, y desde luego en eso eres un experto, ya lo has hecho en más de 70 ocasiones. ¿Que se te pasa por la mente en esos momentos? ¿Se acostumbra uno? ¿Crees que es posible transmitir con palabras una sensación así?

Creo que es una experiencia que todo el mundo debería sentir alguna vez en la vida. Trabajar intensamente en pos de la consecución de un objetivo y conseguirlo, es en cierto modo como dominar el caos que gobierna –que desgobierna, más bien- el universo. Es como coger temporalmente las riendas  del destino, esa cosa tan escurridiza. Es establecer un orden lógico en el universo durante unos instantes.

¿Si se acostumbra uno? Algo sí. Cuando llevas muchas carreras ganadas ya no es lo mismo, como todo en esta vida, pero siempre es emocionante. A veces, cuando te acercas a la meta y ya ves el triunfo en tu mano, sobre todo cuando ya tienes una experiencia, tratas de alargar el momento, de disfrutarlo lo más posible, e incluso piensas en cómo lo vas a celebrar, cómo vas a entrar en meta, esas cosas. Desde hace unos años, yo entro mordiendo la cinta. Y conste que cuando empecé a hacerlo Nadal no mordía todavía sus copas. Si alguien ha plagiado a alguien ha sido él a mí.

Como has confesado, tus grandes pasiones son el deporte, la literatura y la música. En lo deportivo tu impresionante palmares lo dice todo, en tu primer libro “Con los pies en la sierra” nos has demostrado de lo que eres capaz de hacer con las palabras. ¿Para cuando el disco?

Como no me gusta escribir con onomatopeyas, salvo en el FB, no pondré, “ja, ja”. Vaya, ya lo he puesto. Si me hubieran dado a elegir un don que poseer en la vida, creo que hubiera elegido el de ser capaz de componer música, canciones, por encima de ser un buen deportista e incluso por encima de ser escritor. Si hubiera podido elegir mi destino hubiera sido una estrella del rock, aunque esto parecerá sorprendente a quien no me conozca íntimamente.

Mis grandes ídolos, aparte los literarios, ya citados, siempre fueron músicos, nunca deportistas, vaya usted a saber por qué. No podría decirte un solo deportista por el que sienta una admiración rendida e incondicional y sin embargo eso sí me pasa con varios escritores, como queda dicho, y sobre todo con muchos músicos. Mis dos grandes ídolos de juventud fueron John Lennon y Jim Morrison. Y siento una admiración incondicional por multitud de músicos como Serge Gainsburg, Rodrigo García, Franco Battiato, Lou Reed, Silvio Rodriguez y un largo etcétera, en lo que se refiere a la música moderna; y en cuanto a la clásica, adoro la música barroca, como cuento en el libro y la música antigua en general: renacentista, medieval… A partir de Haydn y Mozart me pierdo un poco. Pierdo un poco la conexión emocional con la llegada de los románticos, después del clasicismo: Bethoveen, Schuman y demás, y a partir de ahí me gustan solo cosas sueltas. Pero respondiendo a tu pregunta, hay una parte en la composición de las canciones, que es la literaria, en la que ya he hecho mis pinitos, pues tengo escritas algunas letras a la espera de que alguien les ponga música, ya que las melodías que yo he intentado componer no me satisfacen.

Una de las batallas que he perdido en mi vida es la batalla contra la guitarra, que toco un poco, un poquito, pero que nunca he logrado dominar lo suficiente.

Dices que con este libro mandas un mensaje en una botella en busca de almas gemelas. ¿Has recibido ya respuestas?

Sí, he recibido varias cartas y mensajes, algunos muy interesantes, en los que los lectores me trasladan muy amablemente su impresión acerca del libro o el sentimiento que tal o cual parte de él les ha producido. Esto es algo muy valioso para mí, por lo que tiene de disipación de la duda que uno albergaba acerca de que ciertas partes del libro activaran en el lector el sentimiento que yo había buscado premeditadamente que activaran, y gracias a algunas de esas respuestas he constatado que sí, que el lector es siempre más inteligente de lo que el autor piensa y que no debemos tomarlo por estúpido, como hacen algunos creadores, tanto en literatura como en otros campos del arte.

Algo que me ha llamado la atención, y me ha sorprendido gratamente, es que hay más cartas de mujeres que de hombres;  al parecer tengo una conexión más directa con el alma femenina, o es que las mujeres captan mejor ciertos matices, ciertos estados emocionales que tienen que ver con la sensibilidad, o que al menos se atreven a manifestarlo, mientras que los hombres son más recatados o insensibles a ciertas cosas. En cualquier caso esa es la mayor recompensa que uno puede obtener de la experiencia de escribir un libro (excepción hecha de los millones a ganar, claro); el que alguien distante geográficamente se sienta unido a ti por la magia de la palabra, que no es otra cosa que la representación, el símbolo tangible/intangible del sentimiento.

Muchas veces he pensado, teniendo en las manos un libro de un autor muerto hace tiempo, en la maravilla de poder conversar, mediante la experiencia de la lectura, con el alma de esa persona, y, quien sabe, pienso que quizá alguien, en un futuro espero que muy lejano, pudiera hacer eso mismo con mi libro, y que con él en las manos piense en que aquello lo escribió una persona de carne y hueso, como él (bueno, en mi caso más de hueso que de carne, lo reconozco) y se sienta identificado y encuentre la belleza en lo que lee, a pesar del tiempo y la distancia.